El vino, una tradición en la mesa argentina

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Cuando los conquistadores llegaron a América, una de las expediciones partió de Perú y descendió por lo que hoy es la República de Chile, cruzó los Andes hacia el este y llegó a las tierras que hoy forman la Provincia de Mendoza. Allí, los colonizadores descubrieron que el suelo y el clima que se extendía al pie de la Cordillera de los Andes era una idea para el desarrollo de la viticultura.

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Así, las primeras plantaciones de vid en este país comenzaron a desarrollarse. Más tarde, otras expediciones descubrieron en Salta, en lo que hoy conocemos como la región de Cafayate, condiciones también adecuadas para el desarrollo de los viñedos. La producción de vino argentino fue creciendo poco a poco, hasta convertirse en una importante industria para el consumo local. Las diferentes inmigraciones europeas trajeron al paladar argentino el gusto por el vino.

Así, Argentina se convirtió en el 7º consumidor de vino y el 5º productor mundial. En la actualidad, más del 13% de la producción de vino se destina a la exportación, pero para llegar a este punto, hubo que pasar mucha agua por debajo del puente, o mejor dicho, mucho vino.

Cambiando el paladar de los argentinos
Hasta 1980, es decir, hasta hace sólo tres décadas, las distintas bodegas encargadas de la producción de vino en nuestro país priorizaban la cantidad de litros producidos de vino argentino sobre su calidad. Esto es importante porque hasta ese año, la principal producción era el llamado vino de mesa común, en sus versiones blanco, tinto y dulce. Hasta ese momento, no se había percibido que los suelos donde se producía el vino eran aptos para que los mejores tipos de uvas produjeran los vinos llamados Premium.

Fue en los últimos 30 años que la producción de vinos argentinos comenzó a explorar las ventajas de la explotación de variedades de alta calidad, lo que permitió posicionarlos entre los vinos más reconocidos del mundo. Para ello, la industria tuvo que atravesar serias crisis económicas a mediados de la década de 1970, época en la que el consumo de vino cayó drásticamente. Así nació la necesidad y la oportunidad de reconvertir la industria vitivinícola, se sustituyeron los antiguos estanques de cemento por acero inoxidable y se inició el envejecimiento en barricas de roble. Esto, sumado al cultivo de nuevas variedades de uva, fue cambiando la fisonomía y la calidad del vino argentino.




"Un poco de vino con soda"
Cualquier sommelier que se precie miraría con horror esa costumbre tan argentina de cortar el vino con un refresco o agua con gas. Pero para encontrar una explicación a esta práctica, tan arraigada en los paladares argentinos, la de beber vino con soda, debemos volver a los tiempos en que los vinicultores priorizaban la cantidad sobre la calidad. Una parte importante del, ya mencionado, vino de mesa común necesitaba esa adición de soda para hacerlo más digerible. La verdad es que la costumbre se mantiene a pesar de los grandes avances en la calidad de la producción de vino.

La Ruta del Vino

En la provincia de Mendoza, los productores de vino argentino, conscientes de la calidad de sus productos, han sabido conjugar su producción con el importante desarrollo turístico de la región. En esta provincia argentina, hay 80 bodegas habilitadas como circuitos turísticos. Siguiendo la ruta de los vinos podemos visitar las bodegas que cuentan con acogedores lugares de alojamiento turístico y donde sommeliers de renombre internacional nos invitan a degustar sus exquisitos vinos maridados con una cocina gourmet que es el deleite de los viajeros de todo el mundo. Así, además de convertirse en embajador de la Argentina por naturaleza, el vino argentino se ha convertido en un foco de atención para el desarrollo económico del turismo gastronómico.



Números que merecen un brindis
Actualmente, el argentino tiene 217 mil hectáreas destinadas a la producción de vino. Hay 820 bodegas dedicadas a la producción de vinos argentinos, de las cuales más de 150 se dedican a la producción para la exportación.

Si bien es cierto que el consumo en Argentina ha disminuido de 90 litros per cápita a 32 litros, en los últimos 45 años, el cambio en la matriz de producción ha permitido que, en la mesa de los argentinos, hoy se vean orgullosos, vinos de primera calidad, incluso los considerados comunes.